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Camino a Chile

Le puse así a la publicación aunque sigo en México y es que a veces uno se acerca a los lugares antes de estar presente fisicamente ahí. En realidad es un poco difícil saber cuándo en realidad comienzan los viajes.

Podría ponen la fecha de inicio cuando Nathán mi hermano me prestaba sus casetes de Inti illimani y de Violeta Parra o cuando Pablo Milanés y su poderosa voz, llenaron el Auditorio Nacional con su «Yo Pisaré las Calles Nuevamente» o cuando Neruda llego a mis manos con 20 Poemas de Amor y una Canción desesperada.

Pero me parece que esté, que será el viaje a Santiago que ya tiene un boleto de avión, comenzó con un mensaje recibido en el buzón de Yosomos a principios de 2020. En él, la actriz Viviana Gallardo me escribía entusiasmada para explorar la posibilidad de llevar a Chile el Teatro Cuántico.

La pandemia tiro nuestros planes abajo, pero a cambio ofrecí a Viviana preparar Más Allá del Yo, la conferencia interactiva que se estrenó por Zoom y a la cual ella fue la primera en anotarse.

La emocionante noticia es, que la próxima semana planeo cruzar el continente americano para llevar, tres años después. el Taller a Santiago de Chile el 2 y 3 de diciembre.

En el camino, una amistad a distancia entre Viviana y yo se ha comenzado a tejer y ayer me compartió el cortometraje que les presento a continuación en el que se cuenta la dramática historia de su familia desde la visión de su abuela, narrada con la voz de la propia Viviana.

La película esta dedicada a Ofelia Moreno ya todas las mujeres latinoamericanas que han consagrado su vida por la verdad y la justicia.

Los dejo con la animación deseando que nunca regrese la oscuridad a nuestra región.

LaRecetaDeLaAbuela_2023_ConSubs from Daniela Miranda on Vimeo.

Dos Amigos

Dos amigos

He contado de la familia en estas paginas digitales, pero hoy quisiera escribir de los amigos. Escojo a uno como pudiera escoger a muchos otros. La verdad, no se muy bien la razón por la que se trata de Leonardo Cohen. A parte del cariño que le tengo, quizás se deba a que desde que tengo memoria ha estado muy cerca de mi o a lo mejor se debe a la intensidad de nuestras experiencias, las cuales aparentemente fueron vividas con enorme tranquilidad.

La historia inicia en donde comienza mi recuerdo, en una clase de preescolar, en la que un niño especialmente flaco y con lentes se comía el azúcar glas que sobraba del sobre para espolvorear los panques Suandy.

–              Me llamo Leonardo como el pintor italiano, mi papá también es pintor.

Estas son las primeras palabras que le recuerdo. Y luego en la primaria nos mirábamos sin hacernos caso, como si estuviéramos agarrando fuerzas para lo que vendría después.

–              Leo trae un listón negro y dice que no durmió toda la noche por estar llorando.

–              No es para menos, mataron a John Lennon.

–              Un fan, lo oí decir que lo admiraba mucho, que esta arrepentido.

–              Afuera de su casa.

–              Si, con una pistola.

–              Y Leo ¿Cómo esta?

–              Queda claro que no es John Lennon, pues sigue vivo.

–              Que simpático.

De pronto advertí que Leo Seguía ahí y yo podía compartir la música que me prestaban mis hermanos mayores con alguien que además veía todos los días. Y durante la secundaria nos quedamos meses sin salir el patio por cantar a Violeta Parra, Silvio Rodríguez, Oscar Chávez, Los Beatles, The Who, Van Morrison  … Eran los ochentas pero nosotros vivíamos el rock con un retraso de veinte años, era Polanco pero escuchábamos a la Nueva Trova.

Entonces Leo -de unos trece años- escribió una obra de teatro acerca de la guerra fría. Su personaje era por supuesto El Rojo y  yo El Azul, la historia acababa en explosión nuclear. Pero, en realidad hablábamos del odio al otro, al diferente, de lo que puede provocar y de hecho provoca. Sobra decir que Azul y Rojo eran exactamente igual de perversos.

Le costo más de un año, pero al final consiguió que me uniera al Hashomer Hatzair. Un minoritario movimiento juvenil scout, sionista y socialista , de hecho Leo esta por estrenar un video documental con este tema.

Los próximos años mi vida se centrarían en la Shomer como cariñosamente llamamos al movimiento juvenil ubicado en Calderón de la Barca 18 en Polanco. Desde el primer día -a los quince años- comencé a educar. Un niño formando a niños, la mejor de las utopías. Los contenidos eran impresionantes, todo estaba dirigido a la vida comunal. Desde los campamentos, hasta la historia del pueblo judío, los temas estaban salpicados y entendidos desde el fenómeno de la lucha de clases.

Daba igual que casi todos hayamos tenido coche desde los dieciséis o que los crímenes de Stalin especialmente dirigidos a los judíos tuvieran décadas de haber visto la luz. Nosotros éramos socialistas. Los coches servían para recoger y llevar niños a cada uno de los rincones de la inmensa Ciudad de México y la URSS había entendido mal el marxismo. Por lo demás éramos sobre todo antifascistas, nuestra casa o Ken (nido) llevaba el nombre de Mordejai Anilevich, el héroe que levanto las cenizas del Gueto de Varsovia contra la maquinaría Nazi y logro resistir más tiempo que toda Polonia junta. Vivíamos en y para el Ken, dejabamos de lado nuestras demás actividades y deportes para entregarnos a la causa del Kibutz y la Paz y estábamos afiliados a “Paz Ahora” el movimiento pacifista israelí que acabo con la primera Guerra de Líbano.

Aunque la verdad de las cosas es que estábamos ahí porque éramos inmensamente felices. Teníamos todo lo que un adolescente puede pedir: amigos,  amores, sexo, fiestas, danza, teatro, música, nuestro propio periódico y nuestro propio método de aprendizaje y enseñanza. El mundo cabía en aquella casa, de hecho no había algo más afuera o mas bien no queríamos que lo hubiera.

Estuvimos juntos en el Kibutz Gaaton en la Galilea durante casi un año. A Leo y a mi nos toco trabajar en la plantación de kiwi. A parte de recoger la fruta y podar, nos toco plantar decenas de nuevos árboles en un terreno rocoso y salvaje que limpiamos desde el principio. Los kiwis son árboles diseñados por el hombre gracias a la poda y a unos cables que los sostienen, en su estado salvaje la planta es una enredadera originaria de China.

Volvimos a México e irremediablemente crecimos en edad y nos despedimos de la shomer, aunque a algunos se nos quedo pegada en la piel me parece que para siempre.

Entonces empezó nuestra vida separados, Leo se fue a estudiar a la Universidad Hebrea de Jerusalén Historia de África, maestría en Religiones Comparadas, doctorado en Historia y con los años se convirtió en uno de los pocos estudiosos del cristianismo de Etiopía entre los siglos XVI y XVII. Los cristianos en aquel país africano han sido una minoría casi siempre oprimida.

A Leo siempre le gusto investigar sobre los “otros”, quizás creo yo, para encontrarse en los demás por más alejados que estén de su propia realidad, para demostrar acaso que cualquiera puede estar de un lado o del otro del poder con enorme facilidad y para decir que los personajes Azul y Rojo de aquella obra juvenil pueden llegar a ser exactamente iguales. Ahora mismo vive en Roma invitado por una renombrada universidad italiana para seguir con sus estudios de post doctorado.

Nos hemos visto en contadas ocasiones: en la boda de Chava su primo y mi gran amigo, en Madrid junto con Marcos -otro gran amigo- acompañando ambos a Leo en la producción de su documental sobre la Shomer de México y en Barcelona hace unas semanas en donde nuestros respectivas familias al fin se conocieron.

Como si nada hubiera pasado, como si de pronto el tiempo se comprimiera junto con el espacio que compartíamos, pasamos la mañana en un parque, comiendo pan y embutidos, hablando de todo y sobre todo de nada, disfrutando del sol del fin del invierno y riéndonos sin parar de cualquier cosa. Me encontré con Leo pero estaban presentes todos los demás. Estábamos en Barcelona porque en algún lado se ha de estar, aunque los jardines de La Tamarita eran también el Parque del Reloj.