Estimad@s lector@s de Yosomos:
Esta historia llena de humor la había escuchado Jacobo en alguno de sus viajes y le encantaba contarla. L@s invito a leerla y a descubrir porqué me gustaría que fuera profética.
DALAI CHUMI
En la agencia de viajes se encendió el botón de la línea dos del teléfono de disco Alcatel. Del otro lado la Señora Greenstein pedía una cita para organizarse un viaje.
– ¿Nepal?
– Si
– Pero..
– Pero nada, llego a las cinco.
La puerta de la agencia de viajes se abrió con un beep y los ciento cincuenta kilos de la Señora Greenstein entraron a la oficina y se sentaron en la mesa del dueño del negocio.
– Señora Greenstein es un gusto verla por acá
– Igualmente. Solo necesito el avión de ida y vuelta a Nepal
– Claro que si. Solo que antes déjeme mostrarle las ofertas de la temporada: tenemos cruceros por el Mediterráneo, o por el Caribe, Las Vegas, una semana de teatro en Broadway con entradas a Cats incluidas…
– Quiero ir a Nepal
– Pero a su edad, Nepal puede ser muy peligroso y sin un tour organizado…
– Dame un boleto a Nepal que ya me tengo que ir.
– Bueno, como quiera señora, pero nosotros solo nos hacemos responsables del viaje en avión ¿Cuándo quiere salir?
– Ya.
– En el próximo vuelo
– Ni modo que en el anterior
– Y el regreso.
– Déjalo abierto
Siete escalas y 35 horas después, el avión aterrizo en el Aeropuerto de Katmandú. Por la estrecha escalerilla descendieron los ciento cincuenta kilos de la Señora Greenstein, que luego de pasar migración se acerco a una modesta oficina de turismo.
– Quiero ir al Himalaya voy a visitar al Dalai Chumi.
– Espere un momento voy a llamar a un Guía especializado.
Cuatro horas después apareció Dipendra, un esbelto guía.
– ¿Usted es la qué quiere ir con el Dalai Chumi?
– ¿Cuándo salimos?
– Señora no salimos, usted es pesada, un hombre joven tiene que hacer tres días en coche, un mes en mula y otro mes caminando. Con usted sería un año
– Tengo tiempo ¿Nos vamos?
– Además necesitaríamos un campamento, varias mulas y unos cinco o seis cargadores para llevar sus maletas.
– Tengo dinero ¿Nos vamos?
Lo último lo dijo sacando unos cuantos billetes de cien dólares. Media hora después las maletas viajaban en la caja trasera de una destartalada camioneta, en donde además iban los seis cargadores, delante Dipendra al volante con la Señora Greenstein.
Luego, tres días de curvas y subidas empinadísimas por caminos de tierra húmeda a punto de despedazarse, hasta que el camino se hizo tan estrecho que fue imposible seguir.
Montaron un campamento con tres tiendas, una era la bodega, la otra el dormitorio de todos los hombres y la tercera la “suite” de la Señora Greenstein. Por primera vez ceno dal-bhat, un plato de arroz con lentejas y verduras.
Antes del amanecer todos reunidos junto al fuego desayunaron dal-bhat y cargaron cuatro mulas. En la quinta acomodaron con mucho más esfuerzo los ciento cincuenta kilos de la Señora Greenstein.
Se adentraron poco a poco en las cumbres del Himalaya, pasaron frío, y aburrimiento, con muchos días de no poder salir de las tiendas por las tormentas de hielo y nieve. Las nada tontas mulas, se negaban a llevar a la Señora, así que se tuvo que negociar con ellas, para que a lo largo de cada día la señora pasara por los lomos de cada una de las cinco. Sin embargo estos continuos cambios eran muy complicados, hasta que lograron perfeccionar la técnica de pasar a Greenstein de una mula a la otra sin necesidad de que tocara el suelo, entonces pudieron acelerar un poco el paso.
Tres meses en mula terminaron cuando el camino se volvió demasiado pedregoso incluso para estos fieles animales.
Se tomaron dos días de descanso en donde se dieron el lujo de comer dal-bhat durante todo el día y no solo al amanecer y al anochecer. Necesitaban energía para el tramo a pie.
Misteriosamente la Señora Greenstein caminaba al paso de los demás, parecía haber acumulado grasas durante decenios, en el banco de sus carnes, como previendo este momento.
El buen tiempo los acompaño y un mes y una semana después se encontraron con una enorme fila de personas que llegaba hasta la entrada de la cueva del Dalai Chumi.
La Señora Greenstein mando a llamar al monje encargado.
– Quiero ver al Dalai Chumi
– Bienvenida. La paciencia es uno de los dones más preciados, el maestro se encuentra en una profunda meditación, calculamos que en unos seis meses podrá empezar a recibir a todas las personas que como usted le esperan.
En ese momento se acabo la paciencia Zen de la que se había armado la Greenstein desde que decidió ir a la agencia de viajes hace ya casi seis meses.
– Quiero ver al Dalai Chumi ahora.
– Imposible. La primera prueba es esperar.
– Ahora mismo
– No señora, no podemos interrumpir al maestro…
Pero la Señora Greenstein ya había sacado una pistola y apuntaba hacia su propia sien.
– Ahora, he dicho, ahora.
– ¡Violencia no, por favor señora guarde el arma!
– Quiero ver al Dalia Chumi inmediatamente.
– Esta bien, voy a interrumpir al maestro, pero guarde la pistola y no la vuelva a sacar. La violencia no va con nuestras enseñanzas.
Acto seguido el monje desapareció en el interior de la cueva para salir un par de horas después.
– El Maestro la va a recibir, pero solo puede decirle siete palabras. ¿Esta de acuerdo?
– Si, si, ya, llévame adentro de la cueva.
– Y la pistola me la entrega…
– Si tenga
El Monje y la Señora Greenstein entraron lentamente al recinto en cuyo centro sentado en flor de loto meditaba el Maestro. El Monje con suma delicadeza toco el hombro del Dalai Chumi para avisarle que estaban ahí. Mientras el Guru lentamente abría sus ojos azules, sin más preámbulos la Señora Greenstein le dijo sus siete palabras:
– Ya estuvo bueno, vámonos a casa Jacobo.
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