Archivo de la categoría: Cuaderno de Notas. (Relatos)

Las mejores historias de Yosomos.

I Am US

Queridos lectores:

Es un gusto compartir con todos el lanzamiento de mi Libro Yosomos traducido al Inglés. Mi gran amigo Michael Kagan se ha encargado de la traducción y me encanta la idea de poder llegar a los países de habla inglesa con mi trabajo.

La liga para poder descargarlo en la tienda de Amazon es la siguiente.

I Am Us

Yosomos el Libro

Libro Yosomos

En el ejercicio de entender la individualidad como algo colectivo y atemporal fueron surgiendo estas historias que hoy, querido lector, tienes en tus manos.Inventé la palabra Yosomos para mi blog http://www.yosomos.com porque resume la idea de que estamos conformados por muchos Yos, entre ellos los que hemos sido y los que nos rodean con nombres diferentes al nuestro. Yos todos, que gracias a la experiencia de vivir vamos incorporando a nuestro ser hasta ya no distinguir la separación.Este libro no se podría llamar diferente y al igual que la bitácora nace primero en Internet. La red de redes sirve como metáfora de la interconexión y la no localidad de la consciencia humana.Buena lectura, buen viaje.

2022 o El Año Que Nos Volvimos Híbridos

Con enorme emoción cuento los días para regresar a ser un profesor presencial, a ver caras y cuerpos completos, a dejar de lado los entornos virtuales, a poder decir: apaguen sus teléfonos y guárdenlos junto con sus computadoras y tabletas en sus mochilas.

Se acerca el momento en el que solamente estaremos en un solo lugar, concentrados en lo que decimos, en lo que dice el otro, en las ideas que surgen del debate y la atención profunda.

La oportunidad de comer algo y tomarnos un café con los colegas, de reencontrar a los que han sido parte de nuestra vida profesional y hasta sí se puede, jugar una partida de dominó entre las clases.

Pasar el día enseñando, estudiando, charlando y hasta meditando, en medio de los jardines con algunos alumnos y profesores.

Como habrán adivinado la realidad es completamente distinta.

Los tapabocas obligatorios nos dejan sin saber muy bien a quién ya conocimos, los cuestionarios y filtros de salud son barreras, la invitación a quedarse el menor tiempo posible , cambia la calma por la prisa, los colegas vulnerables siguen guardados y la Casa de Meditación sigue, inexplicablemente sin abrir sus puertas.

Cuando ya nos habíamos acostumbrado a las clases a distancia, la nueva ola viral nos presenta el formato híbrido.

Consiste en tener a parte de los alumnos en la clase con mascarillas como tú y a la otra parte en cuadritos de video desde algún otro lugar del planeta.

Hablas a los presentes, sin olvidar a los que desde lejos proyectan su cara en un pizarrón futurista, mientras una cámara sigue mientras tus pasos de un lado al otro de la clase.

Todos inevitablemente tenemos prendidos y usamos todos nuestros dispositivos y ya no importa en dónde estén nuestros cuerpos. Hasta que de pronto captamos que no somos personajes de una serie distópica estilo Black Mirror y que no estamos en el futuro. Esto es el presente, nuestro aquí y ahora o lo que queda de él y lo estamos viviendo.

Increíble pero nos adaptamos una vez más y no sabemos si festejar lo maleables que somos (ahora le decimos resiliencia) o llorar por una forma de vivir que no parece que vaya a regresar.

Si la vida está en otra parte como dice Milan Kundera, me gustaría saber en dónde y si la vida es lo que describo en estas líneas, habrá que mutar a una existencia híbrida, no del todo deseada, pero indispensable, al menos durante el año que comenzamos.

Bienvenidos al presente.

Entre Momentos

Regreso a la universidad en la que doy clases y que no había pisado en más de 20 meses, para no sin sorpresa ser recibido por un clown, montado en un monociclo y repartiendo tapabocas a todos los curiosos que emocionados aplaudimos con una sonrisa que traspasa nuestras caras cubiertas.

En la sala de profesores me reciben colegas emocionados de volver a encontrarnos, frente a las fotos de los que tristemente se nos adelantaron. Juntos tomamos ese café que solo ahí sabe tan bien.

De un vistazo los salones nuevos ya no son los mismos, si no que combinan, alumnos presenciales y a distancia, gracias a una cámara que sigue al maestro y a un pizarrón especial para el mundo físico y digital.

¿Regresaremos algún día a ese mundo desconectado en el que los celulares se quedaban apagados y solamente había una conversación, la del aquí y ahora?

¿Acaso esa presencia digital, ese perfil, ese avatar nos acompañará por siempre?

Ojalá que no y que sea una transición y no un cambio completo de época. Aunque lo dudo. Estamos cómodos detrás de las pantallas, siendo casi sin ser o al menos sin estar.

Abro una clase y me encuentro por a dos ex alumnos, hoy amigos, que con emoción recuerdan las aventuras escénicas construidas antes de la pandemia. Sin planearlo, les doy unos consejos y hacemos un ejercicio de actuación. Salgo y por el pasillo me encuentro a varios de mis colegas. ¡Nos emocionamos tanto por vernos de nuevo!

Cruzo el jardín para visitar de nuevo la Casa de Meditación y sigo hacia las canchas deportivas en donde decenas de jóvenes juegan fut, tenis, pádel, basquet y otros más entrenan atletismo.

Miro desde arriba mi universidad y me pregunto.

¿En qué momento lo normal se volvió tan extraordinario?

Tío Roberto

Dirigimos el catamarán a la playa al final de la tarde luego de varias horas en el mar impulsados por el viento de diciembre. Apretando hilos para que las velas encuentren su combustible a tiempo para convertirlo en impulso, en giro de 180 grados, en velocidad cuando se llega al mar abierto y hay que competir con las enormes olas. Bajo el piso de tela semitransparente se ve el agua, la ilusión de un río que corre cuando en realidad quién se mueve es la ligera embarcación. Cuando no ayudo con las cuerdas a mi Tío Roberto, al cual mi mamá, mi abuela y sus demás hermanos llamaban Robert con acento francés, alterno bocarriba para ver al viento invisible mover las telas, bocabajo para sentir las gotas que salpican las aspas al cortar el agua, mirando atrás como se dibujan dos estelas y para adelante, a dónde mi tío dirige el timón con sus enormes manos.

Una ola grande nos lleva a tierra firme, empujamos el velero hacía dentro de la playa, y salgo corriendo para subir a mi mirador, llego al balcón y me pongo el walkman, previamente cargado con el casete del Concierto para Violín y Orquesta de Tchaikovski. Mientras las esponjas negras de los audífonos cubren mis oídos, mis ojos miran estupefactos al sol que poco a poco se mete en el mar, para después pintar de rojo, morado y naranja un cielo imposible.

Roberto y su seguridad, si alguien encarna lo que se me presento como Lo Masculino, sin duda era él.

El más alto de la familia, el único de los hermanos con ojos azules y sobre todo con una seguridad difícilmente alcanzable.

Al cumplir los 18 huyó del Líbano en donde vivía como una especie de refugiado sin tener ninguna nacionalidad a Canadá, las cosas con su pasaporte no del todo legal se le complicaron y tuvo 24 horas para comprar un billete hacia Haifa, desembarcar en el recién nacido Estado Judío y enlistarse en el ejercito el mismo día de su llegada.

Afortunadamente le toco servir entre la Guerra del Sinaí de 1956 y la Guerra de los Seis Días en 1967.

Mientras tanto en Beirut, mi abuela, sin jamás rendirse en su afán por dirigir la vida de sus hijos, había localizado a una de sus hermanas viviendo en México y de la cual no había tenido noticias en más de 30 años, le había escrito y conseguido una invitación para su primogénito Robert, el cual, la liberarse del ejercito, de nuevo cruzo el Atlántico obedeciendo las instrucciones de su madre.

Es recibido en México por su tía, la cual intenta casarlo con su hija, pero decenas de años después habían abrazado otras creencias. Roberto hábilmente se logra zafar, se acerca a la comunidad y conquista, en una sola cita, a la hija de un banquero. Logrando una elegante boda, tres meses después.

Desde ese día se terminaron las penurias económicas para él, para sus padres y para sus hermanos, que al poco tiempo, en la navidad de 1965 llegaron a la iluminada Ciudad de México para nunca más dejarla.

Robert tiene cuatro hijos, una gran casa con jardín en un barrio residencial y siempre, un enorme Ford Galaxy.

Tiene en su estudio, insignias del ejercito, una vitrina con sus escopetas para ir de cacería y una foto con el mismísimo David Ben Gurion.

Robert fuma enormes puros, nunca cigarros.

Galán de galanes, sus admiradoras de todas las edades lo siguen buscando independientemente de los años que inevitablemente se le van acumulando.

Asientos reservados, siempre con la mejor ubicación en la sinagoga, en las conferencias y en todos los eventos sociales.

Generoso con los suyos, sin ningún tipo de limite, nos adopto a nosotros, sus sobrinos, también como sus hijos.

En el balcón todos los tonos de rojo se van transformando en oscuridad mientras la primera estrella aparece tenue a lo lejos. La música viaja directa del casete a mis oídos, me lleva y me trae por lo que el tío es en mi vida.

Un torbellino masculino adaptado totalmente al mundo de los industriales, socio del mejor club de golf, pidiendo ese pescado a la sal que se mete al horno tan solo después de que Roberto ha verificado su frescura, tocándolo, oliéndolo y mirándolo a los ojos.

En ningún gasto se escatima, si se necesita más, se produce más, no hay limites para quien funda un estado, triunfa en los negocios y es apreciado, pero sobre todo respetado.

Las cenas familiares con motivo de las fiestas son eventos de una importancia suprema. Independientemente de la casa en donde se llevan a cabo, mi mamá y mis tías cocinan desde dos meses antes, apartan el mejor corte de carne, consiguen hierbas y especies desde el medio oriente y hasta la extrañísima hoja melujiye, enviada desde Egipto, llega a la fastuosa mesa.

Todas las mujeres estrenan sin falta ropa y mientras se sirve la comida, hay aceitunas negras y rojas, frescos pistaches y algunas kipes fritas para ir abriendo el apetito.

Llega el llamado al rezo previo al banquete. Todos nos acercamos a la mesa principal, poniéndonos delante de nuestros padres para ser testigos de las bendiciones.

Con un libro en la mano izquierda y una copa de vino dorada en la derecha, el Tío Roberto comienza a rezar, la atención es total. Amen, podemos estar tranquilos, todos tendremos un gran año, comienza la ronda de besos y abrazos, qué no quede nadie sin recibir los buenos deseos. 

Finalmente Roberto se sienta en la cabecera, la soltera de mayor edad le acerca agua para lavar sus manos, ya con todos en la mesa en completo silencio, bendice el pan y podemos comenzar a comer.

Mi abuelo materno murió joven, en Beirut hace muchos años, dejando a Robert el trono, el bastón de mando, una posición asumida por él y aceptada por todos sin rechistar. La cena representa miles de años de tradición, de jerarquía, de orden presentado como cósmico, de leyes escritas que se cumplen a rajatabla como la santidad de los alimentos y de otras muchas reglas no escritas, motor de las relaciones familiares. 

El cielo se ha vuelto negro y las primeras estrellas comienzan a parpadear en una noche sin luna, el agua ha apagado su brillo y la brisa se ha detenido de golpe. Los dos lados del casete de Tchaikovsky se terminan con un crescendo acompañado de los movimientos más rápidos que se pueden hacer con un arco de violín. Me quito los audífonos, escucho las olas llegar a la playa y abrazo el lugar del que vengo y la libertad de poder caminar al lugar que quiero ir.

.

Historia de Jánuca

¡Felices fiestas a todos!

Yosomos

Llegamos a San Cristóbal de las Casas Chiapas, en diciembre de 2011, justo el día en que se enciende la quinta de las 8 velas de la fiesta de Jánuca. En el centro de la ciudad, increíblemente, se había colocado un candelabro conmemorativo y un rabino bastante desorientado se disponía a encender las cinco velas, una por cada día que llevaba la festividad. Mis hijos que en aquel entonces tenían 7 y 11 años se acercaron felices al festejo.

Mientras el rabino repartía los panes dulces típicos de Jánuca (Sufganiot) y al escuchar que le hablaba en hebreo, me pidió que le ayudara a traducir unas palabras. Así que frente a un pequeño grupo de personas que pasaban de casualidad por la plaza, me puse a hablar de la fiesta de la luz y su misión de iluminar a toda la humanidad.

Nos despedimos y comenzamos a caminar por la…

Ver la entrada original 523 palabras más