Hay casas unifamiliares, también multifamiliares ¿Pero habrá familias multifamiliares? ¡Vaya redundancia!
El punto, es que si las hubiera, la mía sería una de ellas.
Para muestra, déjenme les presento a los hombres de mi familia (A las mujeres ya les llegará su turno)
Aclaro que todo lo que escribo es desde mi relativo y limitado punto de vista.
Seis hijos y su patrón en la boda de Nathán el segundo mayor que viste de Smoking y que esta igual de feliz que todos los demás. No me acuerdo del chiste que contamos durante la foto, pero seguro había uno en el aire, siempre hay uno, aunque para la foto hayamos tenido que guardar un poco las formas
Voy a empezar por mi padre al centro de sus seis hijos.

En la foto de izquierda a derecha: Dani, David, Jacobo, Abraham, Nathán, Ari y Jerry
El Grinberg de las Galaxias
Abraham hijo de Samuel David, nacido Warshavsky en Sokoloff Podliansky y para poder llegar a México rebautizado como Abraham Grinberg, aunque al desembarcar en Veracruz en 1929 su padre logro que el Warshavsky se le quedará de segundo apellido, debido a que en Polonia se usa solo uno y en México dos. Es por mi, conocido simplemente como Abraham mi papá.
Llego a la Ciudad de México a los siete años y fue directo a estudiar en la Primaria Pública, en donde se le conocía paradójicamente como: El Polaco y digo paradójicamente porque en Polonia era: El Judío.
Luego paso al Colegio Israelita de México en donde estudio hasta la secundaria. Jugador de fútbol y de frontenis, el deporte siempre lo llamaba y lo hacía inmensamente feliz. Tengo que decir que herede su amor por las actividades físicas especialmente por cualquiera que incluya una raqueta.
Se dedico al negocio de la piel para zapatos y chamarras, empezó a trabajar con su padre para luego independizarse con su propia peletería en la Calle Republica del Salvador en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
A mediados de la década de los cuarenta se caso con su gran amor: su prima Estusha, pasando sus mejores momentos en el paradisiaco y entonces aún pequeño puerto de Acapulco. De hecho toda su vida considero ese lugar como el mejor destino posible para pasar unas vacaciones. Yo me tardaría quince años en conocer otra playa, en un país con miles de kilómetros de litoral en dos océanos.
A Abraham y a Estusha la vida les sonreía, habían tenido tres hijos: Jacobo, Nathán y Jerry. Lograron comprarse una casa, eso si, en una colonia lejana y recién inaugurada de nombre Polanco. Para quién no conoce el DF, esa colonia es hoy en día el corazón financiero del país.
La pareja de jóvenes, guapos y prósperos se encontraron de pronto frente a la inexplicable aparición de un tumor cerebral en Estusha. Todo cambio de repente. Las risas se convirtieron en dolor, las vacaciones a Acapulco en visitas a especialistas de México y Estados Unidos y la familia se reunía ahora alrededor de la cama de una bella mujer que se marchitaba con los días.
Jerry y Nathán, aun más pequeños que Jacobo, jugaban en el Jardín mientras el hermano mayor pasaba horas acompañando a su madre y preguntándose que pasaría dentro de su cabeza, de su cerebro, de su mente y de su consciencia que iba y venía.
Después de mucho sufrimiento y unos meses después de la Fiesta de Bar Mitzvah de Jacobo, la muerte visito la casa de Sócrates 308.
Mi padre Abraham nunca superaría esa experiencia, dejo a los tres niños con la mínima atención, hoy se que era incapaz de hacer otra cosa, e intento cerrarse las heridas olvidando y para olvidar se caso muy poco tiempo después con Tova.
Lo primero que hizo al llegar del viaje de luna de miel, la segunda mujer de mi padre fue dejar la casa de Polanco para no cargar con los recuerdos y despedir a Petra que más que una Nana era un gran vinculo de amor para los niños.
De vuelta en la Colonia Condesa nació Ari, el cuarto de mis hermanos. Pero Tova y mi Papá no se llevaron nada bien. Se divorciaron al poco tiempo y Tova se llevo a Ari sin que mi padre hiciera nada para evitarlo. Al cortar todo vinculo con su segunda mujer, lo corto también con su hijo. Tanto, que al poco tiempo Tova le cambio el apellido a Ari, poniéndole el de su segundo esposo: Telch. Por eso tenemos un hermano que no se apellida Grinberg.
De nuevo solo, mi padre tardo poco en conocer a su tercera mujer, Kemy, mi madre. Recién llegada de Beirut y rondando los veinte años, mi mamá se enamoro de mi padre que se aproximaba a los cincuenta. Se casaron y nacimos Dani y yo.
Pasaron unos primeros años muy felices de vuelta en Sócrates 308, mi padre encontró la serenidad que le faltaba y logro hacer una rutina perfecta de frontenis muy temprano en la mañana, trabajo hasta las seis de la tarde, algunos momentos de domino y cartas y muchos de televisión. Días tranquilos que terminaban en la cama con alguno de sus libros de su fabulosa colección de ciencia ficción, los cuales para mi alegría le encantaba contarnos a Dani y a mi cuando íbamos a darle el beso de las buenas noches. Todavía hoy sueño con marcianos, invasiones a la tierra y viajes por las estrellas.
¿Y vacaciones? Por supuesto en Acapulco, frente a la Playa de Hornos, en un hotel vecino de un frontenis en el cual empezaban los días.
Sin embargo, la enfermedad llego otra vez a la casa, esta vez era silenciosa, por momentos imperceptible. Siempre era demasiado tarde cuando se manifestaba en un brote psicótico acompañado de una euforia inexplicable que se traducía tarde o temprano en violencia especialmente dirigida contra mi madre. No eran golpes, era algo peor, era una forma única de culparla de todo, de dejarla sin ningún apoyo, de devaluarla sin posibilidades de recuperarse, de aplastarla. Nunca he sentido nada más horrible que cuando escuchaba los gritos de mi Padre, escondido detrás de una puerta, de una columna o hasta debajo de la cama.
Como hijo tengo que agradecerle a mi padre aparte de la vida muchas cosas: el amor por el deporte, por la lectura, mi sustento, mi educación y la libertad de no tener un yugo religioso pero conservando la riqueza cultural que me vincula a mi pueblo de origen.
Pero no he podido (aunque no dejo de intentarlo diciéndome que estaba enfermo) perdonarle las agresiones a mi mamá.
Sus últimos años no fueron felices, mi mamá no soporto más y lo dejo, vendió la casa de Sócrates, los hijos hacíamos nuestra vida, su salud mental pendía siempre de un hilo, su hígado ya no aguantaba después de tantos años de litio para estabilizar su Manía Depresiva y el sistema respiratorio se le iba deteriorando. Además no había visto a Jacobo, su hijo mayor en años y nadie se atrevía a decirle que estaba desaparecido.
Yo estaba recién casado y Mery mi mujer se había quedado embarazada. Finalmente conseguimos una residencia para mi padre que combinaba ayuda de psiquiatría con cuidados para su avanzada edad. Pase por él una mañana a su departamento y lo convencí de ir a la residencia, hicimos las maletas y nos fuimos a Cuernavaca. Recuerdo tan bien el camino, es como si cada poste, cada convoy del metro en dirección contraria sobre Calzada de Tlalpan, cada trailer que pasamos, cada árbol de la subida a Tres Marías, hubieran decidido quedarse en mi cabeza para siempre.
Cuando llegamos a la residencia, yo supe que mi padre estaría bien en medio de flores y música clásica, lo que nunca me imagine es que sería por tan poco tiempo. Desempacamos y lo acompañe a que se tomará una Coca con limón, le dije que iba a ser abuelo de su primer nieto varón, se puso feliz.
– Tu si saliste a mi ¡ tu si sabes hacer hombres ¡
Lo abrace, nos despedimos, me regrese al DF a hacer telenovelas. Me esperaba una grabación nocturna, personajes de cartón se tenían que bajar y subir de sus coches, taxis, motos.
Mi hermano Dani lo fue a ver el domingo siguiente y regreso tranquilo. Pero unos días después, le llevaron el desayuno y se sentó a comer en la mesita de su cuarto, cuando regresaron por los platos, Abraham Grinberg Warshavsky descansaba en paz.
-Papá, no se como le hice para que salieran varones, pero tengo dos niños a los que adorarías. Tu apellido, el que te salvo la vida, ahora vive en Europa de nuevo y yo te extraño cada vez que le invento un cuento a tus nietos, historias que no se comparan en nada con las tuyas, con tus extraterrestres, tus viajes por el tiempo y tus cohetes intergalácticos.
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