La entrada estaba repleta de puestos que hacían cada vez más estrecho el pasillo, además los techos de plástico bajaban lentamente empujados por el peso de la lluvia que caía a cantaros haciendo bailar a unos abultados globos de agua sobre nuestras cabezas.
Entre más nos acercábamos al acceso, la multitud crecía llegando de otras decenas de pasillos y convergiendo en el nuestro, obligándonos a ir cada vez más lento.
Nuestro paso era ya de tortuga y el agua comenzaba a filtrarse por los lados de los improvisados techos.
El primer chapuzón cayó directamente sobre nuestros pies mojando desde los zapatos hasta el cinturón.
El segundo tuvo un mejor tino directo a nuestras cabezas para terminar de bañarnos con un agua fría y pegajosa.
La fila seguía sin moverse, mientras que los vendedores ambulantes subían el volumen de sus aparatos y de sus gritos. Se escuchaba simultáneamente una cumbia, el audio de una película porno, un regetón, la oferta de 2 chocolates por cinco pesos, la banda sonora de Rápido y Furioso y el llanto de una bebé de meses.
Así pasó media hora sin poder avanzar ni un solo paso, mi garganta comenzó a arder por un resfriado comenzando sin remedio.
Entonces sucedió. Sin entender cómo ni por qué, la multitud comenzó a caminar hacia atrás como una película corriendo al revés.
Espero con ansia la parte 2…
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