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Pasta Para Hacer Globos

Pasta Para Hacer Globos

Un domingo de 1978 en el Bosque de Chapultepec.

–       Passssssssssssssta para hacer globosssssss, passssssssssssssta para hacer globosssssss.

–       Se va a llevar el Helicóptero de la Cruzzzzzzzzz.

–       Chicharonesssss.

Parece que los vendedores de afuera del parque imitan a los habitantes del nuevo serpentario del Zoológico de Chapultepec.

Dani y Estusha de ocho y yo de diez años estamos paseando con Nathán mi hermano mayor y tío de Estusha y Jackie mi hermano más mayor y padre de Estusha. Es extraño pero Dani y yo somos tíos y Dani desde que nació, pues Estusha nuestra sobrina es unos meses más grande que él. Pero bueno hay pocas cosas que no son un poquito raras en nuestra familia.

En la mañana estuvimos en la Casa del Lago viendo una obra de teatro infantil en la cual Nathán actuaba ni más ni menos que del Perro Snoopy, la verdad nos encanto. Y ahora por fin estamos por entrar al zoológico, pero antes tenemos que comernos un chicharrón con mucho chile y limón, comprar un helicóptero para mi y dos juegos de pasta para hacer globos para Estusha y Dani. Saco mi juguete de la bolsa y giro emocionado la liga que mueve el disparador de mi flamante nave voladora.

–       ¡Vean que alto!

–       Sube hasta el cielo

–       Wauuu

–       Se esta yendo chueco

–       ¡Regresa!

–       Se va al zoológico

–       ¡No!  ¡Mi helicóptero!

Un lanzamiento solamente y el juego ya esta encima de la jaula de las cebras, lo bueno es que Nathán me compra también una pasta para hacer globos y aunque ninguno de los tres logra hacer uno tan grande cómo el del vendedor, nos entretenemos bastante mientras hacemos la enorme cola para ver a las serpientes.

Por fin estamos dentro del serpentario y nos recibe una boa gigante.

–       ¿Se puede comer un elefante cómo en El Principito?

–       Si claro

–       ¿Y cuántos meses tendría que estar sin moverse para hacer la digestión?

–       Unos seis meses.

–       ¿Y con los colmillos del elefante qué pasaría?

–       Yo creo que los escupiría.

–       ¿Pero cómo? Si mientras hace la digestión esta dormida.

–       Oye Jackie ¿Tú crees que la piel de la boa puede ser tan elástica?

–       Oye Nathán ¿Cuándo las serpientes tenían pies, eran serpientes?

Jackie y Nathán se miran con cara de no saber que más inventarnos.

Por suerte para ellos nos empujan a una cola aún más grande para ver a la temida anaconda, la más grande y venenoso asesina que se arrastra sobre la tierra. Mientras tanto Dani y yo nos quitamos los cinturones y lentamente y al mismo tiempo rozamos los cuellos de Nathán y Estusha que gritan despavoridos. La pobre Estusha llora y su papá nos regaña amenazándonos con salirnos de la fila.

–       No porfa.

–       Quiero ver a la Anaconda.

–       Si, perdón Estusha era de chiste.

–       Perdonanos porfa.

–       No lo volvemos hacer.

–       Pues chiflando y aplaudiendo, que si no, nos vamos a la casa. Dice Nathán.

La cola sigue y Dani y yo ya no podemos hacer travesuras con lo cual el tiempo se congela. Yo me voy a mi mundo. Es muy divertido porque, estoy pero no estoy. O sea, sigo en la fila para ver a la anaconda, pero al mismo tiempo estoy viajando a donde yo quiero. Esta vez me voy a la sala de mi casa pero no en un día normal. Si no a los días y noches que Nathán y sus amigos del teatro ensayan. Me acuerdo de “Charlie Brown” y los lápices gigantes para la escena de la escuela. De “Terror y Miserias del Tercer Reich” y la idea del lavado de cerebro. De la “Casa de Bernarda Alba” en dónde todos los personajes son mujeres pero todos los actores son hombres. (La verdad de esa obra casi no entendí nada). Del director Abraham Ose… oserans…Oseransky el de los bonsáis, que viene en su coche negro con Sabina y que todos escuchan en absoluto silencio. Hasta a mi me da miedo y también curiosidad, parece que lleva un mundo solo suyo en la cabeza.

–       ¡Aaaaaaaaaah!

–       Jajajajajajaja.

Estusha me esta dando de mi propia medicina ayudada del cinturón de Dani. Estoy blanco.

–       Se te quito el hipo.

–       No tenía hipo.

–       Jajajajaja.

–       Pasenle. A ver ¿Cuántos son?

Anaconda verde (Eunectes Marinus) de la familia de las Boas. Nos dejan pasar a ver a la gigante en la parte más oscura del serpentario, no decimos nada, solo admiramos al monstruo de ocho metros. Aunque muy rápido nos piden que nos vayamos, que todavía quiere entrar más gente y salimos al sol del Bosque de Chapultepec. Por suerte Nathán y Jackie aceptan llevarnos a los espejos deformados que están abajo del castillo, así que vamos para allá y haciendo globos de pasta caminamos por el llenísimo parque.

Pero en el camino, descubrimos algo. Es un lugar muy escondido y metido en la montaña del castillo, como si fuera una cueva: Audiorama dice en la entrada. Los cinco entramos hablando a todo volumen, pero se acerca un señor con barba y nos pide silencio.

–       Acá se viene a oír música clásica, no a platicar.

–       Wau hay sonido cuadrofónico.

–       Mira ponen cintas de ¼ de pulgada, eso es mejor que los discos LP y los casetes.

–       Y las sillas redondas y de colores están buenísimas.

–       Silencio. Si se quieren quedar es para oír, no para hablar.

Nos sentamos o más bien nos acostamos a escuchar.

Mientras Mozart suena, yo cierro los ojos y pienso en todas las veces que quiero regresar a este escondido lugar.

© David Grinberg Preciado. Barcelona 8 de enero de 2010