Colegio Tarbut

Colegio Tarbut

Yosomos también 15 años de escuela entre la Cervecería Modelo y la Fabrica de Chocolates Larín.

Dentro de la estructura de cemento llevamos todo este largo periodo de tiempo.

Aunque nos dejan visitar a nuestra familia, la noche no es suficientemente larga para reponerse.

Los pantalones marca Topeka hechos de mezclilla acartonada nos raspan las piernas y las rodillas necesitan además de un parche que se pega con el planchado y cuya textura de plástico nos hace sudar.

A mi hermano lo invitan a buscarse otra escuela a los siete años por haber reprobado una materia.

A mi amigo lo expulsan por inexplicables problemas de conducta posteriores a la muerte de su madre.

A mi me dijeron que no podría escribir nunca nada con tan fea letra.

A todos nos dicen, todo el tiempo, que estamos en la mejor escuela, que tenemos que estar a la altura, que la carrera, el dinero y el éxito se consiguen siguiendo siempre sus reglas.

Nuestra educación esta en las mejores manos, del joven Estado de Israel vienen los nuevos hombres y mujeres a enseñarnos como enfrentarnos a todo. La pólvora de las guerras de Yom Kipur y del Libano aún les manchan los dedos y sobre todo la memoria.

Somos en cierto modo sus hijos, pero también quieren que seamos sus soldados mientras la atmosfera se llena de un olor a Chocolate Almonris, no a Tin Larín, no a Cerveza Corona y yo ya no puedo pensar.

Somos del mismo pueblo, unos luchamos y otros pasan los domingos en el deportivo ¿No se sienten culpables?

Somos el primer beso, el mejor amigo, el enemigo jurado, la primera decepción.

Somos el auditorio que no se puede usar después del temblor de 1985 pero por el que me cuelo con la más religiosa de la clase a buscar autentica agua sagrada.

Somos la última generación que crece sobre cemento, la próxima florecerá sobre la hierba fresca de Cuajimalpa.

Pero somos los que trascendemos todo eso, los que escribimos obras de teatro en el recreo, los que descubrimos el poder unificador de la danza y de la música.

Somos los maestros que nos llevan a los tiempos bíblicos, al país de Alicia, a Waterloo y de regreso a la Gran Tenochtitlan.

Y gracias a ellos también Aura, Génesis, Rayuela, Los Amorosos y Cien Años de Soledad.

Estudiamos biblia sin religión y los ateos no entienden para qué y los creyentes tampoco.

Suena la campana y leemos el Popol Vuh mientras comienzan los olores del sincretismo clarividente y contagioso.

Se escucha la sirena, es una evacuación, salimos en filas al jardín del Hospital Español, tenemos miedo. No sabemos si es otra bomba o si alguien no quiere presentar un examen. Somos ajenos, ni israelíes ni mexicanos ¿Qué somos?

Volvemos a clase, suena el acordeón y cantamos hasta la hora del lunch. Compramos sopes, arroz con mole, zanahorias y  jícamas con chile y limón. Saco mi torta de Salami Fud con queso en pan de Elizondo, mientras tomo agua de Jamaica todavía fría de mi termo.

Abrimos los ojos. Se acabo. Tenemos canas, hijos, matrimonio, divorcio, panza y algunas arrugas en los ojos. El Teatro Cuántico Condensado termina su ejercicio principal.

Nos abrazamos y cantamos. Estamos aquí 23 años después. Vivimos en la extensión de la extensión de la inmensa ciudad de México o más lejos aún a donde también nos la llevamos.

Es el pasado, ni mejor ni peor que el de los demás, simplemente él nuestro.

Estoy feliz de verlos, gracias a todos por venir a hacernos este regalo.

Los Participantes del Teatro Cuántico Condensado
Literal Amor a la Camiseta Original
Organizadores: Halina y David

5 comentarios en “Colegio Tarbut

  1. Dudi- creo que recuerdo aquella ocasión en la que entraste al auditorio por agua bendita. Se que en algún lugar de la memoria se ilumino una neurona con esa escena.

    Aunque muy posiblemente fue solo uno de los tantos sueños que he tenido en los últimos veintitres años. Escenas con el auditorio, el roof garden o el patio de primaria para formación. Una vez inclusive soñe con un bombardeo tipo Pearl Harbor justamente en momento de formación. Ese sueño me dejo temblando por varias horas. Pero como olvidar los patios , las canastas y la pizza de la bobe o los partiditos de tres toques ( mi juego favorito). Los torneos de americano y los jeans Jordache o Sergio Valente que si bien vinieron después de los Topeca ( cuyo dueño era mi vecino en Palmas Corinto) se apretaban casi a la par y traían costuras amarillas que muy posiblemente se tejieron con la misma maquina. En fin, que buenas memorias. Aunque hoy parecen tan lejanas como las paginas de la zoologia fantastica de Borges. me encanta tu narrativa es bastante fresca. Hablando de frescura, creo que le pegaste al clavo con aquello de que no somos ni mexicanos ni israelis. Mas bien lo que creo es que Yosomos.

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  2. Hola Natán:

    Gracias por tu comentario ¿Qué te puedo decir? Sin duda Yosomos. Es impresionante el mapamundi que me hago en la cabeza cada vez que pienso en cada uno de los que pasamos por la aventura o experimento del Colegio Tarbut. Desde un experto en el Cristianismo Etíope graduado en la Universidad Hebrea pero que investiga en Roma, hasta los que se quedaron con el negocio de sus padres en el querido DF.
    San Francisco, Costa Rica, Los Angeles, Barcelona, Tel Aviv… nos tomamos en serio lo de ciudadanos del mundo. Cuando salí de ahí pensaba solo en lo diferente que era de todos los demás, ahora cada día me sorprendo más de lo parecidos que somos, de cómo nos marco la experiencia. Y agradezco sobre todo la libertad, el compromiso de hacer solos nuestro futuro, ni siquiera contando con ayuda celestial.
    Buen amigo te recuerdo logrando todo lo que te proponías con una enorme facilidad, desde un 10 hasta una pizza recolectando Tickets por todo el patio con una sonrisa. Espero que sigas así.
    Un abrazo

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  3. Querido Dudi:

    Yo viví los primeros 13 años de mi vida en un departamento ubicado en la esquina de Alejandro Dumas y Ejército Nacional. Cuando olíamos el chocolate de la fábrica Larín, mi mamá nos llevaba caminando a comprar «recorte de chocolate», lo mejor era cuando había de Almon Riz o del relleno de rompope. También íbamos a Elizondo a comprar pan pero lo que más me gustaba eran las quesadillas de picadillo o de carne deshebrada o de papa que vendían en el puesto de la esquina.
    Toda mi infancia caminé y anduve en bicicleta por esas calles. Recuerdo el sonido de las sirenas de las ambulancias de la Cruz Roja como música de fondo, así como el silbato del tren que pasaba por Moliere y Ejército, y las campanas de San Agustín llamando a misa. Lo que más me gustaba era caminar a la esquina a esperar el camión. En primavera la banqueta estaba llena de jacarandas moradas y en otoño, de ojas secas que crujían al pisarlas.
    Todavía me tocó que pasaran el carrito de las gelatinas con su música, el afilador de cuchillos, el que vendía tamales y el que vendía plumeros…
    Yo no fui al Colegio Tarbut, pero crecí en esos rumbos y tus palabras me han remontado a estos rincones de la memoria que permanecen guardados, que nunca se abren, pero que están ligados a lo que somos y a cómo percibimos el mundo. Muchos años después, ya de casada y con dos hijitos, viví en Cuajimalpa, en la calle de Carlos Echánove, vecina pared con pared del Colegio Tarbut, así que también de alguna manera, ha sido parte de mi vida.

    Felicidades por tu prosa, me encanta.

    Amira

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